Por Jaz Rodríguez
Cuando quiero explicarle a alguien por qué disfruto tanto de la escritura creativa, lo primero que se me ocurre es que me divierto mucho. Es mi espacio de juego y de imaginación. Y creo que es la mejor manera de acercarse a la escritura, pensándola como un espacio de exploración y de libertad.
Todas las personas jugamos. Cuando lo hacemos, nos divertimos con la imaginación, nos transportamos a otros mundos, y el tiempo vuela. A veces lo olvidamos, o lo asociamos solamente a nuestra infancia. Entonces me parece que vale la pena recordar la capacidad de desplegar mundos que tenemos desarrollada.
La escena es la de cualquier cumpleaños: un chizito al que le clavo un palito, dos, tres, cuatro y se sostiene solo. Ya es otra cosa: ¿es un perro? No, todavía no, falta una cara. Medio chizito mordido, clavado a un quinto palito, se suma al conjunto anterior y ya tengo la cabeza. Le faltaría una cola, pero el chizito no da para tanto y mi mente ya no lo necesita: ¡ahora sí! Está solo, lo veo triste. No quiero que se aburra, así que hago otro igual. Ya son dos y juntos se divierten. Uno le propone al otro ir a probar las papitas que están en un plato alejado. Luego vuelven y toman coca cola directamente de la tapita (puede que haya volcado un poco en el mantel tratando de hacer eso). Entonces uno se va y trae una ramita -que casualmente es otro palito- para que yo le tire. Mis hermanas hacen los suyos y ya tenemos una jauría. Pasamos el rato. Los pobrecitos no llegan para la hora de la torta.
Del mismo modo, un palo de escoba puede convertirse en el lomo de un caballo, una montañita de arena compacta puede ser un gran castillo, una muñeca puede tener toda una vida para contar. Quizás sea lo más lindo de la niñez tener tantas posibilidades al alcance de la mano, sin juicios, sin autocensura.
Después crecemos y nos alejamos, la vida nos lleva por caminos llenos de obligaciones y preocupaciones, y desarrollamos un gran censor que nos reprime todo el tiempo: “eso no”. Pero necesitamos seguir jugando…
Entonces pasamos al siguiente obstáculo: “tengo ganas de escribir, pero no tengo imaginación”. Escucho mucho esta frase y me resuena un eco de mi propia voz en el pasado.
Ya no tengo muñecas ni unos paquetes de plastilina. Pero sí tengo palabras y puedo jugar con ellas. Las palabras tienen forma, tienen sonido, tienen significado. Las palabras se combinan, se mezclan, me sorprenden.
Si un chizito con cuatro palitos clavados se convertía en un perro, ¿cómo no voy a tener imaginación? El paso más importante para reencontrarme con ella fue suspender el juicio, la autocensura, y animarme a probar. Sumarme a la Tribu y encontrar a muchas personas con las mismas inquietudes y miedos que yo fue la mejor estrategia para empezar a superarlos.
Ahora juego con las palabras, me transporto a otros mundos, el tiempo vuela…
Y vos, ¿te acordás de alguna escena de tu infancia en que se haya puesto en juego tu imaginación? ¿Te animás a ponerla en palabras?
Sobre la autora
Nací en La Matanza en 1987. Soy Licenciada en Comunicación y docente de materias relacionadas con la lectura y la escritura académicas en el curso de ingreso de distintas universidades nacionales. Soy parte de la Tribu Literaria desde hace algunos años y desde octubre de 2023 coordino el taller de Escritura Creativa.
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