Qué tema difícil, ¿no? Si pienso en personas que están muy presentes y no se dejan automatizar, me vienen a la mente los/as niños/as y los/as viajeros/as. ¿Qué tienen en común? Yo diría: la capacidad de asombro. Siendo pequeños/as o extranjeros/as, tenemos muchas chances de hacer más cosas por primera vez. Y maravillarnos con los nuevos descubrimientos.
¿Hace cuánto que no hacés algo que nunca antes habías hecho? No tiene que ser algo extraordinario. Por ejemplo, recuerdo la primera vez que usé un cajero automático. Me daba un miedo terrible: a equivocarme con los números, a que la tarjeta quedara trabada, a que me robaran a la salida. El miedo hacía que me concentrara muchísimo en cada paso. Además, al no saber, las preguntas me parecían un jeroglífico indescifrable. ¿Cuenta corriente? ¿Será de “común y corriente” o será que “está corriendo”, está vigente? ¡No tengo ni idea! Las pantallas pasaban y el corazón se me salía del pecho. Hoy en día lo tengo incorporado y no siento nada. Saco la plata del cajero en piloto automático.
Así funciona el aprendizaje de las cuestiones cotidianas. El cerebro quiere hacer el menor esfuerzo y automatiza la mayor cantidad de tareas posible. Si hiciéramos una lista de todas las acciones que llevamos a cabo durante el día, ocuparíamos varias hojas. ¿Y cuántas de esas acciones tienen toda nuestra atención? Hago la prueba:
-Incorporarme y sentarme en la cama.
-Escribir 5 minutos sin parar.
-Levantarme y caminar hasta el baño.
-Hacer pis.
-Lavarme las manos.
-Lavarme la cara.
-Lavarme los dientes.
-Caminar hasta la cocina.
-Poner a calentar el agua para el mate.
Y voy 15 minutos, más o menos. Todo esto lo hago sin pensar, es parte de mi rutina. Pero alguna vez aprendí a hacer cada una de estas cosas. ¿Te imaginás qué pasaría si, cada vez que camino, caminara como la primera vez? ¿Cuánto tiempo tardaría en ir de la cama al baño y del baño a la cocina? Tal vez horas.
Automatizarse es útil para la vida cotidiana. Las rutinas nos organizan y nos ayudan a “no perder tiempo”. Pero, ¿qué pasa cuando nos entregamos al piloto automático? ¿Qué pasa con el amor? ¿Y el deseo? ¿Y la creatividad? ¿Y la presencia? ¿Y la energía vital?
Si nos entregáramos 100% a la mirada niña o viajera, creo que ya no trabajaríamos más. Me acuerdo de una clase de Mauricio Kartún, mi profe de dramaturgia, en la que decía que la verdadera revolución es dejar de trabajar. Lo decía el yerno de Marx: el enemigo del capitalismo es el ocio. (Si quieren chusmear el texto, se llama “El derecho a la pereza” y el yerno de Marx es Paul Lafargue).
La clave -creo yo- estaría en una buena convivencia interna entre la productividad y la creatividad, el trabajo y el descanso, lo automático y lo asombroso, lo conocido y lo extraño.
¿Por qué festejamos cada vez que un/a niño/a hace algo por primera vez y no cuando lo hacemos siendo adultos/as? ¿Por qué nos asombramos cuando vemos un paisaje nuevo siendo turistas y no siendo locales?
Tal vez, si hubiera ido sin miedo al cajero automático, habría sido más divertido. Desde la mirada asombrada de una niña, la cuenta corriente podría haber sido una cuenta que corre o que se electrocutó o que se la llevó el río, corriente abajo.
Podemos empezar por volver a percibir las cosas como si fuera la primera vez. Como un juego. Un ratito, aunque sea. Olvidar lo que ya sabemos (o creemos que sabemos) sobre nuestro mundo. Resetear la mente. Proponernos descubrir las imágenes en lugar de reconocerlas. Observar detenidamente. Cambiar el punto de vista. Encontrar detalles que hasta ahora habíamos pasado por alto. Hacernos preguntas. Jugar a ver otras cosas en las mismas cosas de siempre. Salirnos de la rutina. Ratearnos por un rato. Sorprendernos a nosotros/as mismos/as. Abrirnos a lo inesperado.
Es tan simple… ¡y tan difícil de hacer! Implica mucha voluntad y conciencia salir del piloto automático. Pero, si te interesa conectarte con la creatividad, es el camino más directo. De hecho, la práctica tiene un concepto acuñado especialmente: “extrañamiento”. Forma parte de la teoría de la literatura de los formalistas rusos (en ruso, la llaman “ostranenie”). ¡Pero esto ya es tema para el próximo capítulo!
Contame: ¿cómo salís del piloto automático?