¿Qué es este engendro que estoy escribiendo? Venís lo más bien, produciendo a lo loco, hasta que un día te asalta la pregunta: ¿qué es esto? ¿Un cuento? ¿Un poema? ¿Una película? ¿O mejor una canción? ¿Y si es una novela o un ensayo autobiográfico? ¿Y si no tiene forma? ¿Y si nadie me entiende? ¿Y si tengo que empezar de nuevo?
Tranqui. Todos/as estuvimos ahí alguna vez. ¿Me acompañás a desentrañar este problema? Vamos por partes.
1) La falta de distancia. Cuando estamos inmersos/as en la escritura, es muy difícil ver la forma que está adquiriendo. Es parecido a un camino de montaña. Si lo vemos en el mapa o desde el aire, el sendero tiene una forma clara, bien definida. En cambio, cuando transitamos el camino, no tenemos ni idea del dibujo que estamos creando con nuestros pasos.
2) La ansiedad. Suele pasar que empezamos la aventura con muchísimas ganas. Pero cuando nos cansamos aparecen las preguntas malditas: ¿Cuánto falta para llegar? ¿Vale la pena seguir? ¿O mejor vuelvo? Es una situación crítica. Y a veces ponemos como excusa la “falta de forma” para abandonar el material. Como no sé qué es, considero que no es nada y por lo tanto no vale la pena seguir esforzándome.
3) La necesidad de controlar. Necesito entender qué estoy haciendo. ¡Mirá si escribí una ridiculez sin darme cuenta! ¿Y si estaba tan entusiasmado/a por un texto mediocre? ¿Cómo pude ser tan estúpido/a de creer que podía escribir algo interesante? Creemos que, sabiendo qué es el texto, se termina el problema. Spoiler alert: aunque supieras que lo que estás escribiendo es, por ejemplo, un cuento fantástico, aún así el gollum se las arreglaría para hacerte dudar de su calidad.
Pero doblemos la apuesta. Te propongo una hipótesis: ¿qué pasaría si logro la distancia para ver con perspectiva, estoy centrado/a en el proceso y me entregué por completo al proceso creativo? Bueno, estaríamos en el maravilloso mundo de Disney. Sí, sería un conexto ideal. Pero imaginemos que estamos ahí por un momento. ¿Cómo se trabaja la forma?
Se me ocurren dos extremos:
De la materia a la forma
Si vengo escribiendo mucho sobre un material, puedo releerlo buscando patrones (imágenes recurrentes, formas de expresión, secuencias de acción, líneas argumentales o de pensamiento). Es muy importante hacer una lectura completa después de haber escrito todo lo que tenía para decir sobre el tema. Si lo hago en el medio del proceso, probablemente no termine de ver qué forma tiene.
De este análisis puede surgir que el material pertenece claramente a un género determinado. Por ejemplo: si estoy escribiendo sobre un mundo postapocalíptico, podría ser una novela de ciencia ficción. En ese caso, puedo empaparme del género a través de la lectura. Es importante tener un abanico amplio de propuestas: desde los clásicos (en este caso podrían ser Bradbury, Orwell, Huxley) hasta autores/as que juegan al borde del género (Dick, Le Guin). Puedo complementar viendo películas y/o documentales e incluso leer material científico que aporte al tema de mi novela.
Pero también puede suceder que no vea claramente un género al leer el material de corrido. A no desesperar. Tal vez mi texto vive en los intersticios. La gran ventaja del arte es que no sólo permite sino que también desea que las categorías se rompan. En ese caso, tengo que trabajar internamente el código que propone mi texto. Tal vez mi material necesita una forma propia para expresarse en todo su esplendor. Esto ocurre, por ejemplo en El nervio óptico de María Gainza. ¿Es una autobiografía? ¿Es un libro de biografías de pintores? ¿Es un ensayo sobre el arte? Algo similar pasa con La loca de la casa, de Rosa Montero. Son libros que no sólo juegan entre los géneros sino también en el borde entre ficción y no ficción. Lo hermoso de estas propuestas es que dejan de tener sentido las preguntas sobre la forma. Terminamos aceptando que los textos son lo que son. Y nos entregamos al viaje que nos proponen.
De la forma a la materia
Otra opción es elegir un género e investigarlo a fondo. Leer mucho. Estudiarlo. Practicar su técnica específica. Incorporarla. Y dejar que los materiales se vayan plasmando a través de esa forma.
Una historia postapocalíptica puede dar para un cuento, novela, obra de teatro, película, historieta, disco de canciones, videojuego, etc, etc, etc. Se puede plasmar de mil maneras diferentes. Pero si yo practico mucho una sola disciplina, estoy construyendo un instrumento para interpretar la música que escucho en mi cabeza. Supongamos que tengo facilidad para inventar melodías. Si además sé tocar un instrumento, todo es mucho más fluido: me pongo a tocar, me grabo, voy ajustando, escribo una partitura, la comparto con otros/as músicos/as, etc. Eso no significa que la melodía no se pueda tocar con otros instrumentos. Ni que no se pueda versionar. Elegir un instrumento no me limita sino que me permite plasmar la música con mayor facilidad.
Volviendo a la escritura, si yo aprendo a escribir un cuento, probablemente las historias se plasmen más fácil en ese formato. ¿Y cuántas veces pasa que un cuento se convierte en cortometraje, o sirve de inspiración para una obra de teatro o para una canción o una pintura? Miles.
También puede pasar que, aunque yo haya practicado mucho el género cuento, haya historias que se rebelen y quieran ser novela, ¿por qué no? En ese caso está en cada autor/a entregarse o no a las nuevas formas que proponen los materiales.
Estos dos enfoques no son excluyentes. Creo que lo más importante es mantener abierta la escucha y comprender qué necesita el material. Estudiar la técnica es muy útil porque ganamos recursos para poder avanzar en la escritura. Pero siempre hay que tener cuidado de no encerrarnos en una ley demasiado rígida. Solemos impedir que un texto crezca porque no sigue los patrones de un género determinado. Y olvidamos que muchas veces, las reglas creativas están para romperse. Las usamos mientras nos sirvan para que los textos se desarrollen. El problema está cuando el límite se convierte en una traba para avanzar.
Contame: ¿Te pasó alguna vez que la forma se convierta en un problema? ¿Abandonaste un texto porque no sabías qué era? ¿Te pusiste a investigar técnicas para salir de una traba textual?
Es la razón por la que abandone una historia con la que venía muy entusiasmada.
Leerte me lleva a la reflexión y me hace encontrar la motivación para volver a intentarlo, encuentro estrategias al saber que existen herramientas ¡Gracias, Ceci!
¡Qué bueno! Me alegra mucho que te sirva. ¡Avanti! Son procesos largos, per re vale la pena volver a intentar.
Muy de acuerdo, Ceci. Me ha pasado. a mi me funciona «tomar distancia». Lo dejo «macerar», leo en voz alta y me grabo. En esa escucha, muchas veces, descubro que el texto tomó otro camino sin avisarme!!! ja ja. Hasta el próximo posteo. Nora
¡Tal cual! Es que tienen vida propia jejeje