Venís escribiendo lo más bien y de pronto empezás a sentir que no avanzás. Das vueltas en el lugar y no se te ocurre cómo seguir. El cansancio te puede y querés abandonar. ¿Quién me manda a meterme en esto? ¡Se supone que lo hacía por placer!

“Estoy en una meseta creativa”, pensás. O: “Esto es el desierto”. O: “Estoy empantanado/a en mi texto”. Puede ocurrir. Y es mucho más normal de lo que parece. Escribir no es vivir en una playa paradisíaca ni subir una montaña majestuosa con una vista sublime. O sí. A veces. El proceso creativo puede tener muchos relieves y paisajes diferentes. El problema está en creer (y querer) que todo sea uniforme.

Cuando me sobrevienen esos momentos, lo que me salva es recordar que la energía creativa es vital, está directamente ligada a los ciclos biológicos. La naturaleza tiene sus estaciones y el proceso creativo también. Queremos (yo también piso el palito, para qué te lo voy a negar) que sea siempre primavera-verano: ver florecer nuestra escritura y luego recoger sus frutos. Vivir en un frenesí de inspiración creadora. Escribir, publicar, escribir, publicar, escribir, publicar. Embarazarnos y parir constantemente.

Visto así es ridículo, ¿no? Se hace evidente que es imposible (o demasiado costoso) mantener ese ritmo. En el otoño y el invierno la naturaleza se vuelve hacia adentro. Parece muerta vista desde la superficie. Pero en la raíz, adentro de la tierra, se está renovando. Está juntando fuerzas para volver a florecer.

A veces no se nos ocurre nada en apariencia. El proceso creativo es más sabio que nosotros/as y nos hace mirar para otro lado. Nos hace creer que no está pasando nada para distraernos y que no metamos la cuchara mientras se calienta el guiso. No sé bien cómo pasa, pero tengo bastantes pruebas de que los textos (y también lo viví cantando, con las canciones) tienen un tiempo de maceración propio. Siguen creciendo en silencio, sin que hagamos nada.

Quiero decir que, a veces, esos aparentes desiertos son una invitación a dejar descansar el material. Y está bueno respetar ese momento. La persistencia es una cualidad muy necesaria en la escritura. Pero cuando estoy en esta parte del ciclo me puede jugar en contra: sigo insistiendo en avanzar con el material forzándolo, gastando mis energías, llevándome a la frustración y posterior abandono del proyecto.

Mucho mejor es respetar la pausa. Si me da miedo que parar de escribir me desconecte del material, puedo dedicarme a leer libros relacionados con el tema que estoy tratando. O buscar imágenes, escuchar música, seguir explorando el mundo que propone mi texto desde otro lugar. Nutrir mi imaginación creadora.

¿Y si de verdad estoy trabado/a? Puede ser que la quietud se deba a un bloqueo. Si es así, alimentar el fuego también es el remedio adecuado. ¿Qué puedo hacer? Recordar todas las cosas que me hacen sentir vivo/a. ¿Qué es lo que me llena de energía? Esas actividades/ lugares/ personas que sé que no fallan, que cada vez que entro en contacto siento que revivo. Puedo hacer una lista con todas esas cosas. Y luego, hacerlas. Entrar en contacto con lo vital.

Entonces, sea por causa propia (o del gollum) o por causa del natural desarrollo del proceso creativo, cuando la semilla no prende, mejor dejar de insistir sembrando y sembrando más. Mejor mirar la tierra, abonarla, airearla, darle agua y luz del sol.

Y ante todo, si no avanzo a como dé lugar, como si fuera un robot, me alegro de que soy humana. Y que también tengo mis tiempos. Ante todo, sin dudas, lo que más nos ayuda a seguir creando es ser amables con nosotros/as mismos/as.

Si estás en una meseta, un desierto o un pantano, aprovechá para descansar, recrearte, renovar tus energías. Si lo hacés, cuando menos lo esperes, vas a estar de nuevo en la playa, la montaña, la jungla, el espacio exterior, donde sea que te lleve tu mundo creativo.

Contame vos: ¿qué hacés cuando sentís que no avanzás?

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