“La escritura es una actividad muy solitaria” es una frase que escucho bastante y que tiene algo de verdad. Cuando escribo, me meto en un mundo propio y nadie puede escribir por mí. Hay un momento en que todo depende de una. Es como la escena de Matrix en la que Morfeo le dice a Neo: “Estoy tratando de liberar tu mente, pero sólo puedo mostrarte la puerta. Sólo vos podés atravesarla”. Nadie puede escribir por vos. Pero eso no significa que estés solo/a. Lo que te pasa nos pasa a todos/as los/as que escribimos. Ocurre que, como la tarea es muy introspectiva, no siempre nos encontramos.

Los talleres están para eso, justamente: encontrarnos y acompañarnos en una tarea que ninguno/a puede hacer por el/la otro/a. Yo lo veo como una maratón. Si alguna vez participaste de una, vas a entender enseguida. Y si no, intentaré transmitirte la sensación. La carrera es solitaria porque corro contra mí misma, contra mis ganas de abandonar, mi cansancio, mis dolores. Pero es colectiva a la vez: siento la fuerza imparable de un montón de personas concentradas en la misma acción. En los momentos en que siento que ya está, ya fue suficiente, para qué me metí en ésta, la ola humana me impulsa a seguir y el compromiso se renueva. No es lo mismo que correr sola.

El movimiento grupal se siente, aunque no sea un trabajo de equipo, aunque no sea una reunión social. Esto es lo que pasa cuando un grupo de personas escribe al mismo tiempo, en el mismo lugar. La concentración es mucho más potente, llegás a lugares impensados, te llenás de energía. No necesitamos conocernos para eso. No hace falta saber a qué se dedica cada uno/a o qué hizo el fin de semana. Lo único importante es entregarse a la tarea. Es una actividad íntima y compartida a la vez.

Otra gran ventaja del trabajo grupal es que aprendemos muchísimo leyendo los textos de los/as compañeros/as. Leer textos en proceso no es fácil: nos desafía a encontrar el potencial, rescatar los hallazgos, imaginar cómo eso se puede desarrollar y crecer. Es muy diferente de la lectura de textos terminados. Este entrenamiento nos ayuda a reconocer los aciertos en los textos propios. Y también practicamos la crítica constructiva, la que se orienta a la solución de los problemas.

A su vez, lo que recibo de mis compañeros/as es una mirada desde afuera que ilumina lo que no puedo ver. Por ejemplo:

La comunicación. Puedo enterarme de si algo se entiende o no a partir de la interpretación de los/as demás.

-El efecto. Gracias a la reacción del grupo, puedo imaginar un electrocardiograma de lectura, con las partes “altas” y “bajas” del texto: en qué momentos el lector se engancha y en qué momentos se distrae. Esto, sumado a las emociones que genera el texto, es un muy buen termómetro para corregir después.

El código. Me doy cuenta de qué elementos del texto “arman código”. A veces, el uso de ciertas palabras, imágenes o registros de escritura generan una lectura diferente de la que había pensado como autora. Es importante reconocer cuáles son para luego decidir si quiero reforzarlos o recalcular y armar un código diferente.

Lo esencial. Muchas veces, como autores, al no tener distancia con respecto a nuestra escritura, no sabemos qué es lo fundamental para que el texto se siga desarrollando y libere todo su potencial. A veces nos encaprichamos con un personaje, por ejemplo, que nos gusta mucho pero que no es funcional a la trama y, en lugar de aportar a la historia, distrae. Es fundamental darse cuenta de esto para poder encauzar el texto y que alcance su máxima expresión.

Para todo esto sirve la mirada del otro en la escritura. Siempre y cuando, por supuesto, los comentarios sean amables y estén bien justificados con citas textuales. Las buenas críticas siempre son precisas y bien intencionadas. En el taller para aprender técnicas de escritura aprendemos cómo hacer devoluciones productivas. Esto no sólo ayuda al/la compañero/a que recibe mis comentarios: todo lo que observo, puedo detectarlo luego en mi propia escritura. Todos/as ganamos.

Estamos acostumbrados/as a ver la mirada del otro como algo amenazante. ¡Y muchas veces tenemos razón! Hay mucho corta-brotes dando vueltas por ahí. Pero también hay gente que quiere aprender y crecer, y que está dispuesta a poner todo de sí para que no ese aprendizaje no sea algo individual. Esas son las personas con las que me quiero seguir encontrando. Si yo crezco, el grupo crece y si el grupo crece, yo crezco.

Contame vos: ¿cómo te llevás con la mirada del otro?

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