Uno de los hits del taller es “¿Adjetivo sí, adjetivo no? ¿Cuándo y cómo lo uso?”. Se trata de un tema de apariencia simple pero que trae varias cuestiones para analizar. Hoy voy a empezar con ayuda de Hebe Uhart, escritora que admiro mucho, y de paso les recomiendo el libro Las clases de Hebe Uhart, una recopilación de los grandes éxitos de sus clases editado por Liliana Villanueva. Comparto con ustedes algunos fragmentos del capítulo “El adjetivo y la metáfora”, para ir entrando en tema. ¡Que lo disfruten!
El adjetivo y la metáfora
Borges creía que un adjetivo bien puesto era una pegada y Simone Weil decía “una dificultad es un sol”. Si tengo que adjetivar, voy a buscar el adjetivo exacto sin escribir fácil ni caer en lugares comunes. Borges adjetiviza pero él no trabajaba con seres humanos sino con conceptos, que es algo totalmente distinto. Cuando se usan adjetivos fáciles uno deja de ser activo en la construcción del personaje. No hay que cerrar tan fácil. Para escribir hay que mirar mucho, para que salga a la luz el objeto observado. (…) Para no cerrar, para no adjetivar fácil, se recurre a la metáfora. La metáfora es una comparación, un ir más allá. Para Felisberto Hernández, unos ojos celestes son “dos globos terráqueos” con “dos córneas de tiritas marrones como hilitos de tabaco”. Estas comparaciones tienen la función de unir al universo en distintas partes. También escribe de un personaje cómodo: “quiere la paz perfecta, se somete por comodidad”, de una mujer que “guarda temores insensatos”. La metáfora me obliga a hacer un esfuerzo mental para llegar a ese personaje de otra manera, es un salto sobre el lenguaje común, un ejercicio de valentía que requiere atención extrema al personaje. La metáfora me da el tono del cuerpo y me abre el universo de un autor.
Hernández anima los objetos: “las copas estaban contentas de volver a encontrarse”, forma conjuntos de objetos y los anima. Se disocia de sus ojos cuando escribe: “me encontré mirando con odio a una casa nueva. Pensé que no debía permitir que mis ojos conozcan y guarden odio”. Él personifica todo, ¿qué se hace con los recuerdos tontos?, se pregunta. Lo mismo que con las personas tontas: “los voy a recibir y les voy a dar cabida a los recuerdos tontos”; les da lugar, realiza una selección drástica. En vez de decir que un jardín es desordenado, dice: “en el jardín las plantas no se llevan bien”. De sí mismo dijo: “Ahora seré sabio y tendré una vanidad lenta”.
No debemos engolosinarnos con las palabras, ni con los adjetivos redundantes, ni con las frases importantes. Al escribir no hay que quedarse en un concepto, hay que quedarse a unos pasos del concepto, un poco antes, sin llegar a él. Hay que darse tiempo y no cerrar. Ahí, en ese lugar, antes del concepto, está la literatura, lo que nos hacen ver, lo que abre ventanas. Ahí y no en la frase conclusa, inteligente, pedante. Hay que desconfiar de las frases hechas, de los lugares comunes y de los conceptos terminados.
Hebe Uhart a través de Liliana Villanueva