Por Ceci Maugeri
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En los talleres de escritura aprendemos de todo: cómo generar el hábito de la escritura, cómo incentivar la inspiración, cómo sumar recursos a partir de la lectura consciente, cómo reescribir, pulir y corregir los textos. Pero lo más interesante de todo, para mí, es lo que sucede cuando damos y recibimos devoluciones. Lo rico del trabajo en grupo es observar cómo la creatividad se despliega a través de lo vincular.
Por eso me dieron muchas ganas de profundizar en este tema y ofrecérselo a todo el mundo. Creo que le puede sumar a cualquier persona que quiera compartir lo que escribe, más allá de si participa de los talleres de la tribu literaria o no.
Una buena devolución apunta a dar herramientas para que la autora del texto pueda volver sobre él y seguir avanzando. Para destrabar, reorientarse, posibilitar la profundización y alentar el pulido de los textos. Cuando damos una devolución estamos echando luz sobre los puntos ciegos de la autora. Es el momento en que se nota más el poder de lo grupal: tenemos varias miradas trabajando juntas con un objetivo en común.
¿Cómo se logra esto?
Pasos para dar una buena devolución
1: Reconocer la subjetividad
En la primera lectura, te propongo observar las reacciones físicas y emocionales: ¿Qué siento frente al texto: me emociono, me enojo, siento esperanzas, me erotizo, me entristezco? ¡Todo puede pasar y es todo válido! Es re importante entender, en primer lugar, que se trata de una experiencia subjetiva. Y podemos dar un paso más: ¿me trae algún recuerdo?, ¿me suena familiar lo que estoy sintiendo?, ¿de dónde viene? Al comienzo ayuda mucho escribir estas sensaciones. ¿Por qué le damos tanta importancia? Para, de a poco, ir descubriendo qué de todo lo que estoy leyendo me pertenece (y no tiene taaaanto que ver con lo que leí, porque en realidad estoy proyectando cuestiones de mis propias vivencias) y qué efectivamente está escrito en el texto.
Además, dándole lugar a lo emocional en un primer paso individual, evitamos que esto “pase” a la compañera. Por ejemplo: leo un cuento en el que aparece un personaje que, por alguna característica de su personalidad, me hace acordar a mi ex. Y entonces me enojo con el personaje, me parece horrible, y de pronto esa sensación va tiñendo todo el texto y -si no la hago consciente- probablemente también me enoje con la autora del texto y con el espacio de taller.
Entonces, si yo sigo tomada por esa emoción, es cantado que lo que diga sobre el texto no va a ser muy amable que digamos y tampoco va a aportar al trabajo sobre la escritura, porque lo que me pasa a mí no tiene nada que ver con lo que sucede en el texto. El texto solamente lo disparó. Este ejemplo es bastante exagerado a propósito, para que se entienda la idea. Obviamente que todos los comentarios siempre van a ser subjetivos. Pero hay algunos más subjetivos que otros ;).
2: Volver al texto
Una vez que identifiqué lo que estoy sintiendo, puedo volver al texto y rastrear cuál fue el disparador: ¿qué frase?, ¿en qué momento?, ¿por qué? En el taller, nos entrenamos en hacer comentarios siempre a partir de una frase específica. Más adelante te cuento bien por qué. Entonces, ahí puedo evaluar: ¿tiene sentido comentar “este personaje me hizo acordar a mi ex”? ¿Qué le aporta a mi compañera? Yo diría que nada, porque la autora del texto no conoce a esa persona. En cambio, si pongo “este personaje me hizo acordar a Don Draper, el protagonista de Mad Men, por su modus operandi al relacionarse con las mujeres”, le estoy dando información valiosa, porque la autora puede ver cómo se ve su personaje desde afuera. Estoy echando luz sobre ese tema.
En consecuencia, la autora del texto puede pensar “ay, qué bueno, era lo que quería hacer”, “no, qué garrón, voy a cambiar esa característica porque no quería que se entendiera eso” o “ah, mirá vos, no lo había pensado pero me interesa, me parece que suma a la historia, lo voy a potenciar”. Entre nos, te cuento que mi reacción favorita de la vida es la tercera. Me encanta que me pase a mí y, cuando ocurre en los grupos, me parece un momento muy mágico porque se evidencia la co-creación.
3: Destacar lo positivo
Culturalmente estamos entrenadas en observar primero siempre lo “negativo”: lo que falta, lo que no funciona, lo que no gusta. Esto no es malo de por sí (ya vas a ver que es útil más adelante) pero es perjudicial si es lo único que podemos ver. Por eso, en el primer año de taller nos concentramos en entrenar lo que yo llamo la “mirada de maravilla”: leer con asombro, empatía y generosidad detectando todo lo que ya está funcionando. Puede ser la aparición de un personaje que me cautivó, una frase que me resultó poética, un recurso que me sorprendió, la construcción de un clima, el descubrimiento de la sonoridad del texto, etc. El gran aprendizaje de este ejercicio es que SIEMPRE hay algo bueno en TODOS los textos. Aún en los que no te gustan “en su conjunto”.
Cuando vamos a lo particular, siempre tenemos algo para trabajar. Y la magia de esta práctica es que, con el tiempo, empezás a encontrar lo que yo llamo “perlitas” en tus propios textos. Entonces, cuando sentís que lo que hiciste es una porquería que se merece ir al tacho de basura directamente, tenés las herramientas para frenar, revisar lo que hiciste y rescatar aunque se una frase para volver a empezar. Parece una pavada, pero te aseguro que hace toda la diferencia. “Volver a empezar desde cero” tiene muy mala prensa (aunque, entre nos, te cuento que a mí me encanta). En cambio, “retomar”, “reescribir”, “probar otra versión” tienen mejor recepción.
4: Detectar cuál es la propuesta del texto
Para saber qué hay para trabajar en un texto es muy importante comprender primero de qué va. ¿En qué género se encuadra? ¿Cuál es la temática? ¿Qué efecto busca provocar? ¿Cuál es la historia que se cuenta? Por ejemplo, si tengo un texto de humor, no es lo mismo si lo trabajo como guion de stand up que como crónica o cuento. Son tres propuestas diferentes y voy a necesitar estrategias diferentes para cada una.
A mí me gusta, en una primera lectura, “adivinar” grupalmente cuál es la propuesta. Esta información es súper valiosa para la autora. ¿Por qué? Porque si estoy trabajando un texto de humor y mis compañeras adivinan que es un texto trágico, ahí ya tengo una primera devolución: hay algo de fondo que no está funcionando. Entonces, el siguiente paso es entender cuál es el problema para solucionarlo.
En el taller pasa mucho que las autoras están convencidas de que escribieron un cuento pero, cuando pregunto “¿cuál es la historia?” nadie puede sintetizarla. Un re buen ejercicio para ver si la trama está clara es resumirla en una o dos oraciones empezando con las fórmulas “Esta es la historia de…” o “Había una vez”. Yo sé: parece una pavada. Pero es un ejercicio con el que enseguida detectamos cuál es el “bache” de la historia.
En la tribu literaria pasamos a esta instancia recién en el segundo año del recorrido, con el taller de técnicas narrativas. Porque, justamente, para poder detectar estas características del texto, es importante contar con algunas herramientas específicas del campo literario.
5: Observar lo que -todavía- no funciona
Una vez que ya sabemos hacia dónde va el texto (más allá de que después se desvíe, cosa completamente natural), podemos ver qué elementos se oponen a este crecimiento. Siguiendo con la línea del punto anterior, a veces pasa que el texto propone un determinado juego y yo, como autora, no quiero seguir esas reglas. Esto es tremendo, se arma un enfrentamiento bastante difícil de sobrellevar. Imaginate qué pasaría si te invitan a jugar al truco y tu contrincante se pone a jugar a la escoba del quince en el medio de la partida…
Además del juego, me gusta la imagen del texto como ser vivo. Felisberto Hernández tiene un texto precioso en el que compara la creación de un cuento con el crecimiento de una planta:
“No sé corno hacer germinar la planta, ni cómo favorecer, ni cuidar su crecimiento; sólo presiento o deseo que tenga hojas de poesías; o algo que se transforme en poesía si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ocupe mucho espacio, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. Al mismo tiempo ella crecerá de acuerdo a un contemplador al que no hará mucho caso si él quiere sugerirle demasiadas intenciones o grandezas. Si es una planta dueña de sí misma tendrá una poesía natural, desconocida por ella misma”.
Y yo creo que tiene toda la razón. El proceso se disfruta mucho más cuando es orgánico y simplemente acompañamos ese crecimiento ofreciendo buena luz, temperatura, humedad y nutrientes. Los problemas surgen cuando queremos hacer cosas que no son adecuadas para esa planta en particular. Por ejemplo, regar poco a un tomate o regar demasiado a un cactus. Por eso, para saber qué funciona y qué no, lo mejor es que primero nos preguntemos cuál es la naturaleza o el juego del texto :D.
6: Volver sobre mi propia escritura
Este paso me encanta porque podemos usar las proyecciones a nuestro favor. Y tenemos el plus de que nos entrenamos en hacerlas conscientes. Antes hablamos de echar luz sobre los puntos ciegos de la compañera. Y ahora podemos enfocar esa lámpara sobre nosotras mismas. ¿Cómo? Observando si hay un patrón en los comentarios que hago. Spoiler alert: casi siempre lo hay.
Por ejemplo, si yo estoy teniendo dificultades con el punto de vista, probablemente observe eso mismo en los textos de las demás. Entonces puedo hacerme cargo de que ese es mi tema del momento y volver a mirarlo para aprender: ¿qué está haciendo mi compañera?, ¿por qué no funciona?, ¿cómo lo resuelve? Siempre es mucho más fácil ver estas cuestiones en un texto ajeno. Por eso, este es uno de los momentos en los que se vuelve evidente la potencia del trabajo grupal. Mis compañeras me ofrecen un espejo para ver lo que sola sería imposible mirar.
7: Evitar el debate
En el taller, cada participante da su devolución y, al finalizar, la coordinadora retoma los puntos más importantes que se dijeron y propone un próximo paso para que el texto siga su curso. La idea es que nos mantengamos siempre en movimiento.
Para mí en muy importante que no haya discusión entre las compañeras porque eso empasta las devoluciones. Se convierte en un debate para ver quién tiene la razón y se pierde el objetivo: dar información valiosa para que la compañera pueda seguir trabajando.
Lo más probable es que, si comentamos con honestidad, haya lecturas contradictorias entre sí. Por ejemplo, a una compañera le encantó el comienzo del texto y otra piensa que, en realidad, empieza en el tercer párrafo. ¿Quién tiene razón? Ninguna y ambas. Eso no es lo importante. Lo importante es que se hayan expresado con claridad para que, luego, la autora pueda decidir por sí misma qué dirección tomar.
¿Y cómo sé cuál es la mejor decisión? ¡Buena pregunta! Lo vemos en el próximo capítulo.
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