“No tengo imaginación”, “no se me ocurre nada”, “no sé sobre qué escribir”, “me quedé sin ideas”, “no sé cómo empezar”, “siento que me faltan herramientas”, “no quiero escribir algo banal/torpe/tonto (complete con su adjetivo peyorativo favorito)”, “tengo miedo de escribir algo que ya esté escrito por alguien con más talento”… Se remata un miedo a la hoja en blanco. ¿Quién da más?

Confieso que me está sucediendo ahora. ¿Qué escribir que no esté escrito ya? ¿Cómo aportar algo valioso? Bueno, la realidad es que no leí todo lo que hay escrito sobre este tema. Ni estoy segura sobre la forma de abordarlo. Pero tengo un motivo (compartirlo con vos) que me lleva a traspasar esa incertidumbre e intentar poner en palabras algunos pensamientos que tengo (y otros que se me van ocurriendo mientras escribo) que pueden ayudar a sobrellevar estos momentos.

Una vocecita me dice: hacelo al revés. Muy bien, vamos a intentarlo. ¿Quiénes NO tienen miedo a la hoja en blanco? Si ya me venís leyendo, sabrás la respuesta: los/as niños/as. ¿Qué hacen con ella? ¡Juegan! Exploran. Hacen “mamarrachos”. La rompen. La ensucian. La regalan. La atesoran. Y no se limitan a la hoja que todos/as estamos visualizando. El concepto para ellos/as es mucho más amplio e incluye libros, mesas, pisos, paredes. Cualquier superficie “mamarracheable”. Dale un lápiz a un/a niño/a y vas a ver cómo miedo es lo último que siente.

Pero tiene que haber alguien más. ¿Qué tal los/as monjes? Los/as que tienen entrenamiento frente al vacío, los/as que pueden convivir con el silencio, los/as que veneran los momentos de absoluta nada. Me viene a la mente una anécdota de Miguel Ángel. Dicen que, al comenzar una nueva escultura, pasaba días observando la piedra. Cada día se sentaba frente a ella durante horas, esperando que le hablara. No sé si esta historia es verídica o no, pero me parece que tiene mucho sentido. Y creo que tiene que ver con no creerse el sujeto único de la obra artística. ¿Eh? Paciencia, ya empiezo a desarrollar la idea.

Volviendo a los/as niños/as, nadie espera que realicen una obra de arte. Menos que menos ellos/as mismos/as. Pero si un/a niño/a sigue haciendo mamarrachos con alegría, es muy posible que se convierta en un gran artista. El problema es: hay un momento en que nos avergonzamos del mamarracho y sólo nos importa hacerlo “bien”. Pablo Picasso (¡hoy estoy con los pintores!) dijo: “Todos los niños nacen artistas, lo difícil es seguir siendo un artista cuando crecemos”. No sé si lo dijo tal cual, si lo dijo él o es un meme de origen incierto, pero para mí tiene mucho sentido.

En el caso de los/as monjes, o las personas con una práctica espiritual profunda, hay un entrenamiento en salirse del medio y pasar a ser un/a observador/a. De uno/a mismo/a, de lo que nos rodea, del universo. Dejar de estar siempre pendiente de los propios pensamientos, vaciarse y empezar a escuchar todo lo que ya está sucediendo sin nuestra intervención.

Y esto está al alcance de todos/as: yo no soy monje y sin embargo me senté a escribir esto hace media hora y no paré a pensar “con qué genialidad voy a salir ahora” sino que me puse a escuchar lo que me suelen decir sobre el tema y lo que esa vocecita interior me dicta.

Sí, intento decir que no somos los/as únicos/as autores/as de nuestros textos. Y creernos que es solamente nuestra responsabilidad escribir algo “bueno”, que depende solamente de nosotros/as y el talento que supuestamente TENEMOS, es la vía directa al bloqueo. El talento, la creatividad, no son cosas que puedan poseerse. Yo los pienso más como lugares a los que podemos viajar a través de la práctica de una disciplina (la escritura o cualquier otro arte). Estoy segura de que cada uno/a tiene una llave para llegar ahí. Y trato de enseñar cómo encontrarla.

Si no soy la única autora de mis textos, ¿quiénes son los/as otros/as? Escriben en mí las voces que leí y que escuché, mi inconsciente (que tampoco es mío del todo, ya la parte colectiva es común a todos/as), el idioma y su historia, la cultura, esa vocecita interna que andá a saber qué es y de dónde viene. ¿Cuánto controlo yo todo esto? ¿Cuánto decido? No lo sé. Si lo pienso mucho, me bloqueo. Por eso prefiero avanzar. Ser más rápida que mis juicios y objeciones.

Así que aquí aparece el primer tip: escribir más rápido que tu juicio. ¿Cómo se logra esto? Si me venís leyendo, seguro ya adivinaste: escribiendo 5 minutos por día, sin parar (haciendo click ACÁ podés leer toooodos los detalles y beneficios de esta práctica).

Otro consejo que puedo darte es imitar a los/as niños/as y a los/as monjes. Animarte al mamarracho, probar, explorar, darte permiso de escribir ridiculeces. O quedarte frente a la hoja en blanco en actitud contemplativa, hasta que veas el texto escrito en la pantalla, como hacía Miguel Ángel con el mármol.

Pero sé que esta propuesta es muy linda en la imaginación y muy difícil de llevar a la práctica. Entonces, lo que te recomiendo es que no le des tanta importancia a este miedo. No le pongas tanta expectativa. No busques escribir algo “lindo”, “interesante”, “original”… (complete con su adjetivo lisonjero favorito). Contentate con escribir ALGO.

Pero, ¿qué escribo? Lo que sea. Si no te tienta, si no te “cierra” esta propuesta, hay otra solución: hacerte amigo/a de las consignas de escritura. Hay miles dando vueltas por ahí. Probá empezando con alguna que te atraiga. Pero tené presente que estás practicando. Que lo mejor es estar escribiendo algo. No te enrolles con “no sé si cumplí con la consigna”, “¿tendré condiciones para la escritura?”, “¿estará bueno esto?”… (complete con su duda socavadora de alegría creativa favorita).

Y también, ya que estoy, te ofrezco un ejercicio que pensé especialmente para solucionar este problema: empezar a escribir en 5 minutos. Podés probarlo haciendo click AQUÍ.

¿Solés quedarte mirando la hoja sin escribir? ¿Por qué creés que pasa? ¿Qué hacés para empezar cuando no tenés ideas?

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