Por Guada Gentileschi

El tema de este blog surgió hace un par de semanas, en el taller de Técnicas Narrativas. Conversábamos acerca de las rutinas de escritura, las nuestras o las que nos gustaría tener; hablábamos sobre la importancia de escribir, también, por fuera del taller, de incorporar el hábito, ganar autonomía. Toda esa charla nos condujo, casi obligadamente pero también sin querer, a la necesidad del cuarto propio. Ese lugar que, trayendo a Virginia Woolf, nos permite tener intimidad, reserva, espacio para hacer lo que nos gusta.

La propuesta del cuarto propio es atractiva y acertada. ¡Ojalá todos pudiésemos tener un espacio en el que desplegar nuestra creatividad! Sin embargo, si nos atenemos al concepto con rigurosidad, puede resultarnos limitante: “no escribo, porque no tengo un lugar propio”.

A veces, la gran mayoría de las veces, las razones para no escribir están adentro nuestro. Ni el tiempo, ni el espacio, ni el trabajo; nosotros mismos. Hablamos ya del momento de la realización, es un hecho que dar el primer paso es costoso. También es cierto que escribir requiere cierta intimidad y que no todos estamos hechos para – como a veces comentan algunas escritoras – levantarse a escribir a las 5 am, cuando los hijos duermen. Sin embargo, también es verdad que podemos tener el espacio, el tiempo, y – aun así –  no escribir. Idealizar las circunstancias (el tener un cuarto propio, por ejemplo) la mayoría de las veces nos termina alejando de, en este caso, la escritura. ¿O, acaso, un cuarto propio no puede ser, por ejemplo, un cuaderno?

Quiero proponerles un ejercicio muy sencillo que hice yo misma hace un tiempo. Dos, en realidad. El primero es más bien introspectivo. Se trata de describir, en un primer momento, cómo sería nuestro cuarto propio ideal. Lo más detalladamente que podamos: qué colores tiene, dónde está ubicado, qué elementos lo componen. Todo. Pensemos, en un segundo momento, lo real dentro de esa idealización, lo posible. ¿Hay algo, de todo lo que escribí, que puedo concretar? Tal vez, y perdón si peco de optimista, podemos empezar por un cuadro, una planta, un mood board (eso es, básicamente, una suerte de tablero – analógico o digital – que, casi como un collage, reúne información sobre un tema que nos interese).

El segundo ejercicio es más lúdico y lo saqué del Cuaderno de escritura de Natalia Rozenblum. Se trata de hacer una lista de excusas para no escribir. Una lista larga. Pensemos en 10, 15 excusas. Verosímiles, disparatas, todas. Una vez que tengamos la lista, podemos sumarle una vuelta más: seleccionar una de las excusas e inventar una solución. Lo hicimos hace unos años en el taller que dicto en mi pueblo y salieron cosas buenísimas. 

 ¿Viste? Al final, con o sin cuarto propio, nos pusimos a escribir.

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