¿Conocés a Clarice Lispector? Es una de mis escritoras favoritas. Leyéndola se aprende muchísimo sobre proceso creativo porque, a diferencia de la gran mayoría de los autores, ella lo pone en evidencia. Podemos verlo, por ejemplo, contrastando las crónicas que escribía para el diario Jornal do Brasil (y publicadas como libro bajo el nombre Revelación de un mundo, libro exquisito si los hay) y sus cuentos y novelas. Se nota claramente cómo la escritura semanal de las crónicas crecía y se convertía en la semilla de otra cosa.

Los textos de Clarice están en movimiento. No están escritos en piedra. Son, como dice el título de uno de sus libros, agua viva. Por eso, cuando Sole Arienza me propuso trabajar con La hora de la estrella en el Laboratorio de lectura, dije SÍ, así con mayúsculas y con todo el cuerpo. Estuvimos hablando de lo que significa esta autora para nosotras y me pareció que no podía quedármelo para mí sola. Por eso la invité a compartir con vos su encuentro con esta diosa de las letras.

Revelación del mundo Clarice Lispector

Ahora un pedido: no me corrija. 

La puntuación es la respiración de la frase, 

y mi frase respira así”. 

En “Al linotipista”, 

Revelación de un mundo

Clarice Lispector

Conocí a Clarice Lispector en el 2013. Primero su imagen, antes que su escritura. Fue por obligación, me había anotado en Literatura Brasileña y La hora de la estrella figuraba en el programa. Googlé para ver quién era esta autora de la que nunca había escuchado. Sus ojos me cautivaron y me convenció: tuve el pálpito de que una relación literaria bien jugosa iba a comenzar.

Fui a la librería Corregidor de Rodríguez Peña con el programa de la materia en mano y pedí el texto. Aproveché para chusmear otros títulos: Un aprendizaje o el libro de los placeres, La pasión según G.H., Agua viva. Susurrantes, se me iban metiendo en los oídos, me acariciaban la nuca, los sentía como brisas en las muñecas. Palabras sueltas de portadas amagaban con insertarse en el cuerpo y cooptarlo. No sabía que con cada novela eso se acentuaría: una conjugación entre suave y violenta de cuerpo y lengua, escritura y piel, voz y saliva. Mi instinto me decía que debía llevármelos todos, pero ganó la mesura. Pagué el que tenía que leer por obligación y me fui a casa. 

La historia de Macabea era de las primeras lecturas del programa. La devoré en una tarde, sentada en pose de estudio, con lápiz en mano. Subrayé con compulsión, a cada paso había una imagen que me pegaba con contundencia, alguna frase de Olímpico que me repugnaba, una definición que me sacudía: la vida de Macabea no era otra cosa que una “cajita de música desafinada”. 

De la cursada de Brasileña me llevé mucho más que una nota en la libreta, de hecho no hubo nota porque nunca rendí el final. Le robé al programa ese nombre “Clarice”, me lo tatué en el compartimento de mi mente destinado a “futuras lecturas”.  Gané una cómplice en el cosmos literario. Pasó el tiempo y leí sus crónicas, en las que volví a vivenciar esa ligazón con el cuerpo, esa escritura que se palpa, la palabra que delinea lo abstracto con carne humana y pasión. Por eso la leo y releo, la elijo para mis talleres de lectura, la comparto y expando. Sigamos leyendo a Clarice, que murmura fuerte y nos respira en los rinconcitos de nuestras orejas con su fraseo inconfundible. 

Soledad Arienza

Ojalá te animemos a leer algo de ella. Es una gran maestra. Si te pica el bichito y querés empezar a leer, podés hacer clic aquí.

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