¡Se viene la segunda parte de la saga de los límites!
(¡Sí, saga! Dejame que me emocione tanto como si estuviera escribiendo Game of Thrones jejeje).
Para ponerte en contexto, en este post hablé de “consigna sí – consigna no” a la hora de escribir:
https://www.ceciliamaugeri.com.ar/son-necesarios-los-limites-en-la-creatividad
Y me di cuenta de que me quedaba chico el posteo: hay mucho más para reflexionar sobre los límites y las reglas en la aventura de escribir.
En esta oportunidad, quiero hablarte de las reglas del español.
(Esperá, ¡no te vayas! Te prometo que vale la pena seguir leyendo).
Hay quienes dicen “para qué quiero reglas, la creación es libre” y les encantaría prender fuego la Real Academia Española. Y están los que creen que cualquier cosa que se salga un poquito de la norma es “una deformación de nuestro inmaculado idioma” y besan el diccionario antes de irse a dormir.
Como verás, se me está haciendo un vicio presentar los temas polémicos yéndome para los extremos. Es que esta exageración nos ubica y nos da un poco de perspectiva: ¡obviamente no pienso ni lo uno ni lo otro!
En primer lugar, el idioma está vivo. Por dos razones inseparables:
-lo estamos usando
-está en permanente cambio
En contraposición, las lenguas muertas como el latín ya no se usan sino que se reproducen e interpretan. Podemos entenderlas si las estudiamos bien, pero ya no se producen nuevos discursos con ellas.
Cuando pensamos en las reglas del español, muchos asociamos directamente con el diccionario o con la famosa Real Academia. Pero, en realidad, tanto el libro como la institución funcionan como REGISTRO del español y sus cambios. Es decir que las reglas se van ajustando a medida que vamos usando el idioma. Es una manera de organizar, que haya un espacio que regule y que se mantenga un código en común para poder comunicarnos.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿es necesario? Muchas veces pensé qué pasaría si no existiera esa regulación… ¿De verdad se descalabraría el idioma? ¿No habrá un orden más profundo que mantiene todo unido, mucho más abajo que la diferencia entre “albóndiga” y “almóndiga”?
Yo creo que sí. Por ejemplo, hay un orden en:
-el alfabeto, de la “a” a la “z”
-la sintaxis: el verbo es el sol y todo lo demás gira alrededor
-el sentido de la escritura: escribimos en línea, horizontalmente, hacia la derecha
-los sonidos de cada letra
-la manera de crear palabras nuevas: “googlear”, por ejemplo. Pero también: “antirifluntante”.
-los tiempos de los verbos
-¡y mucho más! (si se te ocurre alguno, ¡comentalo!)
Imaginate por unos minutos que venís de otra lengua y el español es un misterio absoluto. ¿Cuántas reglas tendrías que aprender? ¡Un montón!
Algunas las usamos más y otras menos. Algunas nos caen mejor y otras peor. Y si no, ¡pensá en el lenguaje inclusivo! Surgió a partir de una regla que ahora parece absurda pero que durante muchísimos años pasó desapercibida: “el plural es masculino”.
Este caso me encanta porque de pronto, estés a favor o en contra, sin querer empezás a mirar más de cerca el lenguaje. Aunque sea para pelear. Para mí siempre es una buena noticia, porque cuanto más consideremos la estructura interna de nuestro idioma, más la vamos a conocer y más posibilidades tendremos de usarla.
Digamos que ahora está muy puesto en la militancia, pero durante mucho tiempo la tarea de mover la estantería del idioma estuvo a cargo de los poetas (aunque una cosa no quita la otra, ¿no?). Proust decía que un poeta es aquel que crea un idioma dentro del idioma. Es decir, construye una realidad textual con su propio código, pero siempre dentro del lenguaje que todos/as conocemos, para que, desde algún lugar, podamos decodificar la propuesta que no está haciendo.
La tarea de los poetas es fundamental. Porque nos sacan del lugar común, del status quo, y nos invitan a visitar otro idioma (otro mundo, otra forma de pensar). Algo muy saludable si no queremos que nuestra mente se vaya haciendo más rígida a lo largo de los años.
Algo a tener en cuenta es que siempre leemos desde la norma. Y para demostrarlo, voy a compartirte el comienzo del cuento “Stephan en Buenos Aires” de Hebe Uhart:
«Iba yo recorrer calle Florida, cuando vi pájaro gorrión. Pájaro gorrión casi universal y chilla en universal. Y las palomas allá arriba de cable en cable, muchas ellas, una de lado de otra, quietas como soldados. Bajan dos y comen arriba de piso; pájaro gorrión no come directo, él roba escondido de las palomas».
¿Qué pensás de este texto? Con sinceridad: ¿qué fue lo primero que te vino a la mente?
Si no te convenzo, tengo otro ejemplo. Se trata del capítulo 68 de Rayuela, de Julio Cortázar:
“Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia”.
¿Qué te imaginaste? Seguro que algo vino a tu mente aunque hay muchas palabras inventadas y algunas otras muy poco usadas.
Cuando nos presentan algo que se sale un poco de la norma, a veces nos alertamos (¡¿qué es esto?!), se despierta el policía lingüístico que todos/as llevamos dentro, y otras veces completamos con lo que lo que conocemos.
Y a veces, también, podemos simplemente dejarnos llevar por una música o una imagen, por algo incomprensible que nos busca desde otro lugar y que nos abre una puerta, una posibilidad de crear con unas reglas diferentes.
Por ejemplo, con el “Yolleo” de Oliverio Girondo:
“Eh vos
tatacombo
soy yo
dí
no me oyes
tataconco
soy yo sin vos
sin voz
aquí yollando
con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla
entre mis subyollitos tan nimios micropsíquicos
lo sé
lo sé y tanto
desde el yo mero mínimo al verme yo harto en todo
junto a mis ya muertos y revivos yoes siempre siempre yollando y yoyollando siempre
por qué
si sos
por qué dí
eh vos
no me oyes
tatatodo
por qué tanto yollar
responde
y hasta cuándo”
Algo pasa con este poema, ¿no? Aunque no se entienda y aunque haya mil páginas web intentando traducirlo al español de la norma, a interpretarlo y encajarlo en una lógica que nos tranquilice, ahí sigue Oliverio “rompiendo” el idioma. Llevándolo un poco más allá de sus reglas para decir algo que no se puede expresar con introducción-nudo-y-desenlace.
Ojo que a mí me encantan los clásicos. Amo la estructura cuando es vehículo para una buena historia. Y también amo las rupturas. Cuando vienen de una necesidad profunda. Cuando el idioma tal como está no nos alcanza para expresar lo que tenemos que decir.
Seamos clásicos o rupturistas, la regla siempre está. Es una referencia. Un código, un acuerdo implícito que no sabemos ni cuándo empezó. Un código vivo, en permanente cambio y actualización. Está para usarse. Para expresar, comunicar, experimentar, crear.
¿Es un límite, entonces? ¿O una herramienta? ¿Qué es?
¡Te leo!
Cuando un señor sin condiciones estudia boxeo, lo único que hace es repetir los golpes que le enseña el profesor. Cuando otro señor estudia boxeo, y tiene condiciones y hace una pelea magnífica, los críticos del pugilismo exclaman: “¡Este hombre saca golpes de `todos los ángulos’!” Es decir, que, como es inteligente, se le escapa por una tangente a la escolástica gramatical del boxeo. De más está decir que éste que se escapa de la gramática del boxeo, con sus golpes de “todos los ángulos”, le rompe el alma al otro, y de allí que ya haga camino esa frase nuestra de “boxeo europeo o de salón”, es decir, un boxeo que sirve perfectamente para exhibiciones, pero para pelear no sirve absolutamente nada, al menos frente a nuestros muchachos antigramaticalmente boxeadores.
Con los pueblos y el idioma, señor Monner Sans, ocurre lo mismo. Los pueblos bestias se perpetúan en su idioma, como que, no teniendo ideas nuevas que expresar, no necesitan palabras nuevas o giros extraños; pero, en cambio, los pueblos que, como el nuestro, están en una continua evolución, sacan palabras de todos los ángulos, palabras que indignan a los profesores, como lo indigna a un profesor de boxeo europeo el hecho inconcebible de que un muchacho que boxea mal le rompa el alma a un alumno suyo que, técnicamente, es un perfecto pugilista. Eso sí; a mí me parece lógico que ustedes protesten. Tienen derecho a ello, ya que nadie les lleva el apunte, ya que ustedes tienen el tan poco discernimiento pedagógico de no darse cuenta de que, en el país donde viven, no pueden obligarnos a decir o escribir: “llevó a su boca un emparedado de jamón”, en vez de decir: “se comió un sandwich”. Yo me jugaría la cabeza que usted, en su vida cotidiana, no dice: “llevó a su boca un emparedado de jamón”, sino que, como todos diría: “se comió un sandwich”. De más está decir que todos sabemos que un sandwich se come con la boca, a menos que el autor de la frase haya descubierto que también se come con las orejas.
Extracción del cuento de Roberto Arlt «El idioma se los argentinos».
¡Exacto! Arlt es un gran ejemplo de esto. Menos mal que no se dejó intimidar por todas las críticas que recibió. Amo su filosofía del cross a la mandíbula 😀